-¿Y entonces te has marchado en busca de tu retrato?
El joyero le miraba con aire burlón.
-¿Ir a buscar mi foto? No, no exactamente. Se trata de otra cosa. Habría que decir a lo mejor, ir a reunirme con mi foto…
-¡Vaya, vaya! ¡Pero si eres un gran pensador! Tu retrato está en Francia y te atrae como el imán a un pedazo de hierro.
-No sólo en Francia. Ese retrato lo he encontrado ya en Béni Abbès, en Béchar y en Orán.
-¿Encuentras trozos de tu retrato en tu camino y los vas juntando?
-Algo así, si lo prefieres. Sólo que hasta aquí los trozos que he encontrado no se me parecen.

 
Michel Tournier
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La loca de mierda

Hagas lo que hagas, no mires el celular. No lo mires. No lo mires. No lo mires. Fue. La puta que te parió, pendeja. Hace una hora y media que estás al lado del celular y no sonó. No te respondió. Punto. Pensá en otra cosa, así cuando estás en cualquiera te responde. Porque son así los muy forros. Te morís por ellos y no te dan ni la hora. Y vos como buena idiota te enamorás más y más, así, bien boluda. O te hacés la superada hasta que lo ves y decís “te parrrto”. Pero resulta que un día te cae la ficha o recurrís a la ley del carpintero pelotudo y te agarrás la primera cosa sin tetas que se te cruza. ¿Y qué hace el señorito? Se te tira encima, te acosa y resulta que siempre fuiste el amor de su vida. ¿Pero por qué no te comprás una bici y te vas bien despacito a la concha de tu hermana? Y que ni se te ocurra insinuarle que te sigue moviendo el piso (aunque te mueva también las paredes, el techo y el patio) porque lo que sigue inexorablemente es que, inversamente a tu lógica, manotee la primera vagina que aparezca. ¡Histérico de mierda! ¡Yo soy la que tengo hormonas, YO! Uy, pero capaz tenés la bandeja de entrada llena. Bueno, me fijo pero sólo para ver si tengo espacio. Para recibir cualquier mensaje. No el de él. Ni siquiera quiero un mensaje de él. Es más, qué bueno que no me responde. Mejor así. No nos hablamos, no nos puteamos. Y tengo personas muchísimo más interesantes que el para comunicarme, como por ejemplo… em, como… Ah, bue. Lo que me faltaba. Cornuda. Grano del orto, ¿justo ahí tenías que salir? No quiero un tercer ojo, culiado. Bueno, si lo ves de lejos no es tan… no, sí es tan. ¿Y ahora con qué carajo tapo esta bost…? ¡Mensaje! [N. de T.: duplicación de la frecuencia cardiaca, aumento de adrenalina y otras hormonas]. Personal le informa que ha alcanzado el límite de consumo autorizado. Para realizar una recarga llame al *111 y seleccione la opción 2. [Llama al *111 y habla con una operadora] Infórmele al señor Personal, que le voy a meter el celular en el culo si me vuelve a mandar un mensaje y que si me deja sin crédito NO SE TE OCURRIÓ OTRO MOMENTO MEJOR PARA DEJARME SIN CRÉDITO, LA PUTA QUE TE PARIÓ NECESITO USAR EL CELULAR [es obvio que no le dice eso –pero lo piensa, ojo-, sino que llama pacíficamente para realizar la recarga por las dudas le llegue un mensaje que sea de vital importancia responder]. Bueno, ya está. Relajate. Cerrá los ojos. Respirá hondo. Concentrate en cada parte de cuerpo y no pienses en nada más. Loca, tenés que hacer dieta. Y andá al gimnasio mirá lo que son esas piernas, un flancito… y del culo ni hablemos. Uy, flaca, mañana empezás. Sí o sí. Te queda a tres cuadras, media pila. Voy a ir todos los días. A las 7 y media. Así me levanto tempranito y empiezo el día con buena onda… o bueno, a las 10 y media mejor. Y capaz todos los días es medio mucho. O sea, no es que no tenga ganas, nada que ver, ¿qué más quiero yo que ir al gimnasio? Tres días está bien. O dos. Para no sobreexigirme. Vaga de mierda. Si seguís así vas a estar hecha una vaca a los 20. Encima aburrida, hace dos semanas que no salís ni a la esquina –uy, nena, estás transparente, tomá sol- porque tenés que estudiar. Y en vez de estudiar estás boludeando y limándote las uñas. Bien, eh. Bien. Suicidate, es lo mejor para todos. Total, ¿quién te va a extrañar? A tus viejos, les solucionás la vida. Amigos, son prescindibles. Novio no tenés, obviamente. Mascota tampoco. Listo. A ver, dónde mierda había dejado el cuchill… Uh. Celular. Suena. Es en serio. No voy a ver quién es, no voy a ver quién es, no voy a. La puta madre, es él. Qué hago, ¿lo atiendo o no? [es obvio]. ¿Ho... hola? Nada, estudiando. Nah, todo bien, ni hacía falta que respondas. No gastes crédito al pedo. Em, bueno… sí, estoy a full con el estudio, pero bueno, veo de hacerme un tiempo. Bueno. Bueno, dale. Dale, listo. Te veo mañana.
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No me mires, nena. No me sueñes. No ves que tu imagen se queda. Yo, por el contrario, me iré rápido. Tu corazón está hecho para olvidar. Vas a sufrir, lo sé, sí que lo sé. Llorarás cada noche, puntual, los resabios de felicidad fingida durante el día. La ausencia de cuerpo en tu cama. Las ruinas de lo que nunca será. Palabras y besos condenados a la eternidad. La voz de la piel perdida en la nada.


Pero el tiempo pasa, nena, más para vos. No te darás cuenta y mi imagen cambiará de rostro. No seré más que una fórmula, un lugar. Reemplazable. No necesitás a nadie. Sos sólo vos y tus ficciones, destinadas al acompañante de turno que te lleve a intuir lo infinito.

En cambio yo. Ay, pequeña, sabés que no puedo amar como vos. Tu súplica constante, tu eterna carencia no hace sino desgastar todo aquello que jamás podré ofrecerte. Y me duele, no te imaginás. Sos tan ingenua. Si supieras. No tenés nada que buscar, dejá de mortificarte. En cambio yo.

No derramaré ni media lágrima. Hasta, quizás, en algún punto, estoy contento. Pero a diferencia tuya, nena, lo mío es irreversible. Detesto la formalidad y ando tan perdido en el mundo, que a veces me divierte cómo en vano te preocupás por mí. Pero tu imagen, nena. Tu imagen tiene rostro y tiene nombre y se llama vos. Porque no busco el amor, lo encuentro. Y no digo esa cosa ilusoria y apasionada que mueve tu existencia; digo amor. Por eso lo tuyo es efímero. Sobrevivirás. No tendrás que cargar con tu fantasma, durante el resto de los días, gritando reproches mudos por los ojos y encerrando en sus manitos de luna algo parecido a la felicidad. Siempre cerca para recordar lo inalcanzable, pero nunca lo suficiente como para lastimar demasiado.

Así que no te preocupes, nena. Pronto dejarás de llorar.
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No puedo dejar de llorar. Llorar de verdad. Nada de gotitas cristalinas y un levísimo rubor en el rostro, al mejor estilo película. No. Esto es llanto de verdad, con lagrimones gruesos y ojos hinchados y mocos.
¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad de un otro que me complete? Tenés que aparecer justo cuando creo y me creo la ficción de que soy una y completa, justo entonces llegás para mostrarme cuánto vacío, cuánta carencia, cuánta necesidad de vos. Pero no sos vos y lo sé. Mejor dicho, podrías ser vos o cualquiera. No soy más que una existencia parasitaria en permanente búsqueda de un vos, de un aquél, de un equis en el que pueda plasmarme y ser yo.
Y lo encuentro, cómo no, siempre lo encuentro. Siempre yo, siempre en otro. Siempre aferrarme con uñas y dientes, succionar hasta vaciar de sangre y de alma a una víctima sin rostro. Si supieran, pobrecitos, cuán poderosamente cruel y débil resulto. ¿Por qué se enamoran? No lo hagan. No. No de mí. ¿No se dan cuenta? Estoy vacía. Ustedes me dan vida, soy porque ustedes existen. Existen ustedes, no yo. No puedo ofrecerles nada, nada más que un abrir de ojos y poros para que vean, para que sientan, para que sepan con absoluta certeza que la sangre corre en su cuerpo, que no son de papel, y lleguen a intuir que quizá, que tal vez, el otro es quien mueve los hilos por detrás de toda la parafernalia anatómica.

No me quieran y no dejen de quererme. Después de ustedes, la nada. Detrás estoy yo, que es lo mismo que nada, porque no me encuentro, porque no soy sino a través de otro.
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No quiero callar


No quiero callar. No quiero doler. No quiero levantarme una mañana cualquiera, amanecer un día entre sombras de sol, sabiendo con absoluta certeza que ya no me encuentro, que no soy más que una proyección de imágenes guardadas en algún cajón olvidado. No quiero tampoco llorar. No quiero aunque las lágrimas no me dejen ver y me pregunte en qué momento salieron. Soy una puta sensible. Sensible, no llorona. Las gotitas de agua salada son sólo un anexo, una nota al pie, pura convención. Una síntesis bastante poco feliz de una existencia que duele, que más se parece al fuego que al agua. O al viento. Un viento helado y constante, una presencia permanente. Un sentir todos los días que camino sobre hojas secas con los ojos vendados, intuyendo que bajo mis pies se esconde algo parecido al suelo y que respiro algo que se parece al aire. ¡Basta! Quiero certezas, carajo. Más que certezas, quiero paz.


No respetarás, bajo circunstancia alguna, ninguna clase de dogmatismo. Repudiarás todo aquello que tenga apariencia de verdad establecida y mandarás a la mierda cualquier tipo de institución. Creo que se me fue la mano con eso. Creo que me pasé de a-dogmática y elegí aferrarme con uñas y dientes al único dogma que, por demasiado humano, me deshumaniza a cada instante. “Actitud crítica” le dicen. Yo prefiero llamarlo “máquina destructora de almas”. ¿Y qué queda después de eso? Nada. Peor que nada. Una piltrafa humana. Un ser reducido a cero, una manchita blanca en medio del universo.


Quiero vivir. Quiero soñar. Quiero sentir con todas las letras y todo el cuerpo. Sentir hasta que el corazón se desborde y no quepa en el mundo. Y que seamos tantos corazones expandidos que al mundo haya que inventarlo de nuevo. Quiero creer que la humanidad existe y que es más fuerte que la des-humanidad. Quiero amar sin peros, ni argumentos, ni convenciones. Quiero amar sin miedo. Quiero saber que no mentís cuando decís te quiero.
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La metamorfosis del vampiro

La mujer nos decía con su boca de fresa,
ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa,
los senos oprimidos a punto de estallar,
estas palabras que ella dejaba resbalar:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
“que en el fondo del lecho diluye la conciencia.
“Enjuga todo llanto la gloria de mis senos
“que hacen reír a los viejos igual que niños buenos.
“¡Y soy para quien sepa contemplarme sin velos
“la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos!
“Tan docta soy amando, queridos sabihondos,
“cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos,
“o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho,
“frágil y libertina a la vez, que en mi lecho,
“gustador del deleite que raya en frenesí,
“hasta los mismos ángeles se perdieron por mí.”

Cuando toda la medula succionó de mis huesos,
y sobre ella rendido quise darle mis besos,
advertí que en sus flancos –todo fue en un momento-
resbalaba un humor viscoso, purulento.
Cerré entonces los ojos de frío y de terror
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, y en lugar del maniquí gozado
que parecía haberse ya de sangre saciado,
temblaba un esqueleto, produciendo un crujido
como el de esa veleta que da un agrio chirrido,
o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno
tremolando en el viento de una noche de invierno.

Charles Baudelaire
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La desmemoria/1

Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.

Eduardo Galeano
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Corazón coraza

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Mario Benedetti.
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Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.

Rayuela, capítulo 21.
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Recordable


Quisiera saber hasta qué punto
cielo y azul son una misma cosa.
Y quisiera, también, que me digas
cuándo fue la última vez
que quisiste que te quisieran
mientras mirabas el sol que se iba
robando el día
sin que pudieras hacer nada.

Llorando amores, ahogando vidas
moldeando el umbral de tu memoria
vieja
profunda
vacía.
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Condiciones de felicidad



Dejó que el viento la despeinara una vez más, por última
la última vez que dejaría que el viento la despeine.
El hastío se le dibujaba en una macabra sonrisa de grises y amarillos
y la provocaba hasta un punto que rozaba lo indeseable y se tornaba violento.
¿Y cuando sabés que lo que estás escribiendo es una mierda,
para qué mierda escribís?

Léase: “lector modelo”
Oh, qué bello. Oh, lector. Bendito lector
modelo.
No dejes (Oh, tú, el más sublime de los sublimes por naturaleza
virtual, modelo) que te corrompan
que te despeinen.
Maldito viento empírico, que deshojas los cabellos
de miles de lectores que corroen
los trenzados caminos de papel.
Abstente
(Oh, aborrecido) de tocar
a éste, que es
lector
voz activa
narrador
y todo
y modelo
lector-modelo.

Se desliza; sutiles huellas de niña en la arena violentada por el tiempo y los que caminan y los que corren al tiempo. Fluye en la granulada superficie y su vestidito de letras la acompaña en la vaporosa danza del viento. Llega a la orilla, se descalza y sólo con la puntita del pie, toca
el mar.
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Manera ordenada de hacer las cosas


En el limbo de la inmortalidad, umbral de la cordura. Allí donde, de pronto, todo se vuelve relativo y el todo converge en el centro del yo
donde yo y ella (que es yo) nos suspendemos en el mismísimo núcleo de la nada, anhelando con cada centímetro de nuestro cuerpo, dejarnos caer, dejarnos volar, entregarnos a ese todo sin centro; pero nos obstinamos en la doliente posición de soportar la presión de la oscuridad y el silencio, que se adhieren a nuestra piel con un ruido viscoso provocando efecto vacío, y percibir las manos cada vez más pesadas, cada vez más temblantes, cada vez más propensas a romper la ficción, la armonía del universo.
Pretendida armonía, quizás, porque queremos creer
Encontrar la felicidad única en lo inerte.
Quizá sea eso; quizás, el miedo
temor extremo
por eso que llaman “la muerte”.
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El vino entra en la boca


El vino entra en la boca
Y el amor entra en los ojos;
Esto es todo lo que en verdad conocemos
Antes de envejecer y morir.
Así llevo el vaso a mi boca,
Y te miro, y suspiro.


W.B. Yeats
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Góngora y la poesía pura


“Demás que honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que esa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego; pues no se han de dar las piedras preciosas a los animales de cerda.”

Palabras de don Luis de Góngora, uno de los tantos incomprendidos de su tiempo e idolatrados por la posteridad, que trascendió la materialidad de la palabra para iniciar la búsqueda del arte en su estado más puro.

Polifemo

Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.

De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella.
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Una flor amarilla


Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si la flor también me mirara, esos contactos, a veces… usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor.


JC
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Absoluto (en el principio era la Palabra).


Desde el momento en el que decidí que hoy no tenía ganas de hablar con nadie, las probabilidades de cruzarte por pura casualidad aumentaron estrepitosamente. Justo a vos, la única persona con la que palabra y silencio eran por igual. Eso sí, nada de medias tintas. Entre nosotros todo era doble o triple. Podíamos perdernos en nubes verborrágicas o en mutis cataclísmicos. Blancos o negros. Quizás por eso me gustabas. Reformulaste algo que acababas de decir porque, para variar, no te escuché. Te diste cuenta al toque de que hoy estaba en mutis. Pensaste que era por eso, aunque, en realidad, creo que no te hubiera escuchado de todos modos. Hay algo en tu forma de mover la boca y levantar las cejas cuando hablás de algo que te apasiona y después sonreír de un solo lado cuando te das cuenta de que no te escuché y volver a empezar, creyendo que se debe al mutis pero en realidad es porque no quise desviar ni un poquito la atención de la puesta en escena, inconciente e improvisada, de cada pedacito de vos.
Y cuando notás que ya vuelo en la decimocuarta estratósfera, entonces desistís. Agarrás mi mano y la mirás un largo rato, midiéndola con la tuya y entrelazándolas luego hasta que quedan convertidas en un enredo de pieles, en una única mano gigante. Dibujás el perfil de mi nariz y acariciás mi pelo y me decís que soy linda, aunque sabés que nunca lo voy a creer de verdad yo misma, por más que te creo y lo sé y sé que lo decís de verdad. Lo sé por lo que viene después, porque de pronto tu nariz juega con la mía y ya estás demasiado cerca y me siento más viva que nunca.
Es que nuestra relación consiste precisamente en eso, en este silencio voluntario; silencio hecho a veces de palabras, a veces de roces y caricias mudas. Porque tu palabra, tu sonrisa, tu boca sobre la mía, son una misma cosa; son vos y son yo y son el punto donde confluimos y nos encontramos. Porque este silencio es encontrarte por pura casualidad y tenerte cerca y que eso baste para decir que sí, que el universo se encuentra en el más perfecto y armonioso de los desórdenes y que cómo no lo vi antes. Por todas esas nimiedades tan absolutamente prescindibles creo que siento una necesidad imperiosa de vos y que empiezo a quererte. Y hoy, en este día de mutis, descubrí que no existe felicidad comparable ni cosa más linda en el mundo que contemplarte.
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Ficciones y sujetos. Si querías un folletín fatalista, entonces no leas esto.


Es insoportable admitirlo y también algo humillante. Es lo que pasa cuando uno cree encontrarse por encima de determinadas instituciones dirigidas “a las masas” y no se da cuenta de que, en realidad, todos somos “la masa”; pero bueno, no viene al caso. Hoy veía una película (sí, de esas llenas de sensacionalismo barato, morbo y música inquietante, excesiva e innecesariamente fuerte, en las partes de suspenso) con ciertos reparos y aires de erudita, y terminé con una conmoción cataclísmica. La película trataba, básicamente, la dicotomía religión-ciencia y planteaba que no debía considerárselas como instituciones opuestas, que se amenazan mutuamente, sino como complemento la una de la otra; un personaje dijo algo así como: “se puede explicar el proceso de formación de un rayo, pero no negar el impacto que produce al mirarlo” (palabras más, palabras menos, me parece que acabo de reinventarla, pero la idea era esa). Personalmente, creo que no se puede reducir el mundo a una mera dicotomía (mierda, ¿por qué esa maldita adoración por la dualidad?). Sería estúpido y retrógrada creer que la Humanidad se divide en científicos y religiosos (estamos grandes, che), dejando de lado otros aspectos que escapan a esta clasificación como, por ejemplo, la filosofía y el arte. Aún así, es interesante analizar el planteo de la película con respecto a la religión.
Creo que todos estamos familiarizados con el hecho de que la posmodernidad (en el espacio ficticio que llamamos Occidente) es una época caracterizada por la caída de los grandes relatos y en la que el desprestigio de las instituciones religiosas es cosa de todos los días. No pretendo ni por un momento ponerme en apocalíptica y decir que la sociedad es una mierda y ¡oh, qué bello era el pasado! y que nos estamos precipitando hacia un destino trágico, porque somos todos unos ineptos y que el capitalismo y que bla bla bla, porque no existe una actitud más fucking cómoda y más fucking conformista que esa. En gran parte estoy de acuerdo con ese rechazo a las convenciones. Hace poco me llevaron a misa después de mucho mucho tiempo, lo cual me produjo un impacto vomitivo y me pareció un repugnante circo de mascaritas que repiten cosas en las que no creen. Pero bueno, tampoco tengo intención de hablar de mi péndulo “catolicismo ferviente-agnosticismo”. De ningún modo intento reivindicar las tradiciones católicas (aunque tampoco defenestrarlas), sino pensar sobre la “actitud religiosa”, que, repito, no implica la sumisión a una serie de archiviejos convencionalismos preestablecidos. Me refiero a la capacidad de sorprenderse con el impacto del rayo; al sentir con intensidad y creer con convicción profunda algo que resulte inexplicable por la vía del argumento aristotélico, la lógica, la razón o la ciencia. Es curioso cómo, por ejemplo, escribir un texto en tercera persona le da objetividad al contenido. ¿Objetividad? ¡¿OBJETIVIDAD?! ¿Quién carajo te creés que sos? “Citando el renglón 24 de la página 1.463 del XXIII tomo de la Enciclopedia de Pelotudosky…” Bravo, che, te felicito. Cito a alguien que escribió antes ERGO, soy objetivo. Ahora bien, ¿qué te hace pensar que Pelotudosky fue objetivo en sus escritos? Pero la pregunta central es: ¿por qué esa veneración cuasi religiosa de la objetividad? ¿Por qué ese afán de argumentar y de verificar todo empíricamente?
He aquí, entonces, a lo que quería llegar: no es necesario aclarar por dónde me pasa el hecho de que caiga una institución; las instituciones y los sistemas van y vienen, suben y bajan, son famosos y dejan de serlo. Pero me resulta aterradora la idea de un mundo aristotélico. Ejemplo: me gusta el color verde. Silogismo categórico de forma típica: Me gusta el árbol de mi casa. El árbol de mi casa es verde. Ergo, me gusta el verde. Fantástico, pero resulta que a mi hermano también le gusta el árbol de mi casa y, sin embargo, detesta el color verde. ¡Merde, afuera modelito lógico! Entonces, ¿por qué me gusta el verde? Y bueno, me gusta el verde porque… bueno, me gusta porque… bueno, ¡me gusta! Sé que es un ejemplo en extremo ridículo y exagerado. No creo que nadie quiera perder su tiempo en verificar empíricamente por qué me gusta el color verde (aunque, ahora que lo pienso, en realidad no me gusta tanto el color verde, pero, para variar, tampoco viene al caso). Me interesa ver cómo la aplicación de ciertas formulitas puede hacer objetivo hasta la más subjetiva de las ideas. No me importa la caída de las religiones, sino el porqué de este fenómeno. Y resulta que la religión ha caído porque está muy lejos de poder ser explicada por la vía racional. Si a Dios no lo puedo aislar para someterlo a experimentación en un laboratorio ni, al menos, explicarlo mediante argumentos verificables, entonces no existe y no es válido creer lo contrario, por más que uno pueda estar fervientemente convencido, desde lo más profundo de su ser, de su existencia.
Para ir cerrando, sólo intento cuestionar la irreflexiva idolatría que profesamos hacia eso que suele llamarse “objetividad”. Creo que debemos reivindicar la subjetividad como rasgo esencial de nuestro carácter de sujetos (a menos que alguien se considere un objeto, eso ya es un tema personal de cada uno con el cual no pienso meterme); en la filosofía, la religión, el arte, en las percepciones e ideas “subjetivas”, podemos llegar a encontrar verdades mucho más firmes y certeras que las que puede proporcionar la ciencia (como estar absolutísimamente segura de que me gusta el color verde y de que Dios existe). Y, precisamente, lo que hace falta en esta sociedad occidental posmoderna, son certezas; algo de que agarrarse para sentir que vamos hacia algún lado, que no todo es un anuncio violeta del trágico destino de la Humanidad, que el mundo y la vida no son totalmente absurdos. Y no me refiero a un fáustico reconocerse preso de las limitaciones propias de la especie, incapaces de abarcar el Todo (pesimismo puro y, de nuevo, la actitud apocalíptica y conformista). Me refiero a un revalorizarnos como sujetos, valga la redundancia, sujetados a nuestras propias ficciones, a nuestra propia subjetividad, que nos permite sentir el mundo, vivirlo, moldearlo, dialogarlo, hacerlo crecer, y no reducirlo a un inteligible y cómodo modelito de laboratorio.
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