¿A dónde estabas cuando jugamos a crearte?
Muchachita, sólo una cosa te pido. No dejes, bajo ninguna circunstancia, no dejes nunca que llegue el día en que te preguntes a dónde estabas, a dónde estuviste. Que el pretérito no te apriete los nervios y te deje inmóvil. No le des al tiempo el gusto de deshojarte la piel en pequeños pétalos de nada. No te seques desde un rincón mientras llueve en la ventana.
Pero, sobre todo, no te busques, no te sueñes, no te encuentres. Basta de silogismos y raciocinios y psicoanálisis. Cerrá esos ojos y nada más, y que el pasto te haga cosquillas y que el viento te despeine. Y dejate querer, dejate vivir, dejate sanar
al rayo de la luna
y a la luz del sol.
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De por qué decido divorciarme de la literatura (homenaje al nombre del blog)

Cuando se agolpan las palabras en las manos, los dedos, las uñas, casi a punto de salir. Casi perfectas. Casi listas. Casi gritando un mundo para romperse al final, a último momento, estallar en un montón de cristales oscuros y desordenados, que se desparraman alrededor de la mesa haciendo ruido y polvo. ¿Y qué fue del mundo? Tan claro. Tan evidente. Tan todo relacionado entre sí mediante una lógica perfectamente identificable, transparente, siempre y cuando uno sepa exactamente cuál es la receta que se aplica a todas las cosas, infalible, universal, porque todo, absolutamente todo, funciona así. Siempre y cuando. Hasta las pasiones. Tan poco mundo. Entonces las palabras se vacían. O se llenan tanto que acaban por explotar, salpicando miles de gotitas informes que nada son, que no significan nada.
Es en ese punto cuando termino por decidir que quizás el mundo es precisamente eso. Una nube de caras y ruidos y cosas, que nos llama. Todo el tiempo. Nos llama. A ser mundo. A ser tierra y árbol y luz y música. Una pared que habla. Una fuente de agua. Una flor que crece tímida en la grieta de una baldosa.
Y dan ganas de gritar. Yo vi. Yo sentí. Yo fui, por un breve momento, algo más que mí misma. Me senté en la piedra y fui piedra. Y el río se estremeció exactamente igual que mi piel al roce de la brisa. Y la montaña me devolvió todas sus caras, miles de rostros con miles de expresiones distintas, arremolinándose en mi adentro y afuera. Y mi cuerpo borró todos sus límites: mis historias, colores, dibujos, aparecían en los árboles, en el río, en otra piel.
De tal modo que ya nunca más quise decir. Busco una palabra con cinco sentidos y más. Y no la encuentro. Y no está. Y no existe algo tal como la musa que hace tangibles las cosas verdaderas. Porque no soy capaz de plasmar más que los pormenores de sentimientos tan individuales –aunque tan de todos, a la vez- y tan socialmente construidos, según dicen, que terminan por ponerme los pelos de punta. Desencantada profundamente por los tan marcados límites de la palabra y por mis tan –y tantos- mediocres y frustrados intentos de llevarla hasta el punto donde casi se toca con lo real, decido divorciarme de las aspiraciones de creación literaria, hasta nuevo aviso.
Por los siglos de los siglos,
Amén (?)
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-¿Y entonces te has marchado en busca de tu retrato?
El joyero le miraba con aire burlón.
-¿Ir a buscar mi foto? No, no exactamente. Se trata de otra cosa. Habría que decir a lo mejor, ir a reunirme con mi foto…
-¡Vaya, vaya! ¡Pero si eres un gran pensador! Tu retrato está en Francia y te atrae como el imán a un pedazo de hierro.
-No sólo en Francia. Ese retrato lo he encontrado ya en Béni Abbès, en Béchar y en Orán.
-¿Encuentras trozos de tu retrato en tu camino y los vas juntando?
-Algo así, si lo prefieres. Sólo que hasta aquí los trozos que he encontrado no se me parecen.

 
Michel Tournier
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La loca de mierda

Hagas lo que hagas, no mires el celular. No lo mires. No lo mires. No lo mires. Fue. La puta que te parió, pendeja. Hace una hora y media que estás al lado del celular y no sonó. No te respondió. Punto. Pensá en otra cosa, así cuando estás en cualquiera te responde. Porque son así los muy forros. Te morís por ellos y no te dan ni la hora. Y vos como buena idiota te enamorás más y más, así, bien boluda. O te hacés la superada hasta que lo ves y decís “te parrrto”. Pero resulta que un día te cae la ficha o recurrís a la ley del carpintero pelotudo y te agarrás la primera cosa sin tetas que se te cruza. ¿Y qué hace el señorito? Se te tira encima, te acosa y resulta que siempre fuiste el amor de su vida. ¿Pero por qué no te comprás una bici y te vas bien despacito a la concha de tu hermana? Y que ni se te ocurra insinuarle que te sigue moviendo el piso (aunque te mueva también las paredes, el techo y el patio) porque lo que sigue inexorablemente es que, inversamente a tu lógica, manotee la primera vagina que aparezca. ¡Histérico de mierda! ¡Yo soy la que tengo hormonas, YO! Uy, pero capaz tenés la bandeja de entrada llena. Bueno, me fijo pero sólo para ver si tengo espacio. Para recibir cualquier mensaje. No el de él. Ni siquiera quiero un mensaje de él. Es más, qué bueno que no me responde. Mejor así. No nos hablamos, no nos puteamos. Y tengo personas muchísimo más interesantes que el para comunicarme, como por ejemplo… em, como… Ah, bue. Lo que me faltaba. Cornuda. Grano del orto, ¿justo ahí tenías que salir? No quiero un tercer ojo, culiado. Bueno, si lo ves de lejos no es tan… no, sí es tan. ¿Y ahora con qué carajo tapo esta bost…? ¡Mensaje! [N. de T.: duplicación de la frecuencia cardiaca, aumento de adrenalina y otras hormonas]. Personal le informa que ha alcanzado el límite de consumo autorizado. Para realizar una recarga llame al *111 y seleccione la opción 2. [Llama al *111 y habla con una operadora] Infórmele al señor Personal, que le voy a meter el celular en el culo si me vuelve a mandar un mensaje y que si me deja sin crédito NO SE TE OCURRIÓ OTRO MOMENTO MEJOR PARA DEJARME SIN CRÉDITO, LA PUTA QUE TE PARIÓ NECESITO USAR EL CELULAR [es obvio que no le dice eso –pero lo piensa, ojo-, sino que llama pacíficamente para realizar la recarga por las dudas le llegue un mensaje que sea de vital importancia responder]. Bueno, ya está. Relajate. Cerrá los ojos. Respirá hondo. Concentrate en cada parte de cuerpo y no pienses en nada más. Loca, tenés que hacer dieta. Y andá al gimnasio mirá lo que son esas piernas, un flancito… y del culo ni hablemos. Uy, flaca, mañana empezás. Sí o sí. Te queda a tres cuadras, media pila. Voy a ir todos los días. A las 7 y media. Así me levanto tempranito y empiezo el día con buena onda… o bueno, a las 10 y media mejor. Y capaz todos los días es medio mucho. O sea, no es que no tenga ganas, nada que ver, ¿qué más quiero yo que ir al gimnasio? Tres días está bien. O dos. Para no sobreexigirme. Vaga de mierda. Si seguís así vas a estar hecha una vaca a los 20. Encima aburrida, hace dos semanas que no salís ni a la esquina –uy, nena, estás transparente, tomá sol- porque tenés que estudiar. Y en vez de estudiar estás boludeando y limándote las uñas. Bien, eh. Bien. Suicidate, es lo mejor para todos. Total, ¿quién te va a extrañar? A tus viejos, les solucionás la vida. Amigos, son prescindibles. Novio no tenés, obviamente. Mascota tampoco. Listo. A ver, dónde mierda había dejado el cuchill… Uh. Celular. Suena. Es en serio. No voy a ver quién es, no voy a ver quién es, no voy a. La puta madre, es él. Qué hago, ¿lo atiendo o no? [es obvio]. ¿Ho... hola? Nada, estudiando. Nah, todo bien, ni hacía falta que respondas. No gastes crédito al pedo. Em, bueno… sí, estoy a full con el estudio, pero bueno, veo de hacerme un tiempo. Bueno. Bueno, dale. Dale, listo. Te veo mañana.
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No me mires, nena. No me sueñes. No ves que tu imagen se queda. Yo, por el contrario, me iré rápido. Tu corazón está hecho para olvidar. Vas a sufrir, lo sé, sí que lo sé. Llorarás cada noche, puntual, los resabios de felicidad fingida durante el día. La ausencia de cuerpo en tu cama. Las ruinas de lo que nunca será. Palabras y besos condenados a la eternidad. La voz de la piel perdida en la nada.


Pero el tiempo pasa, nena, más para vos. No te darás cuenta y mi imagen cambiará de rostro. No seré más que una fórmula, un lugar. Reemplazable. No necesitás a nadie. Sos sólo vos y tus ficciones, destinadas al acompañante de turno que te lleve a intuir lo infinito.

En cambio yo. Ay, pequeña, sabés que no puedo amar como vos. Tu súplica constante, tu eterna carencia no hace sino desgastar todo aquello que jamás podré ofrecerte. Y me duele, no te imaginás. Sos tan ingenua. Si supieras. No tenés nada que buscar, dejá de mortificarte. En cambio yo.

No derramaré ni media lágrima. Hasta, quizás, en algún punto, estoy contento. Pero a diferencia tuya, nena, lo mío es irreversible. Detesto la formalidad y ando tan perdido en el mundo, que a veces me divierte cómo en vano te preocupás por mí. Pero tu imagen, nena. Tu imagen tiene rostro y tiene nombre y se llama vos. Porque no busco el amor, lo encuentro. Y no digo esa cosa ilusoria y apasionada que mueve tu existencia; digo amor. Por eso lo tuyo es efímero. Sobrevivirás. No tendrás que cargar con tu fantasma, durante el resto de los días, gritando reproches mudos por los ojos y encerrando en sus manitos de luna algo parecido a la felicidad. Siempre cerca para recordar lo inalcanzable, pero nunca lo suficiente como para lastimar demasiado.

Así que no te preocupes, nena. Pronto dejarás de llorar.
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No puedo dejar de llorar. Llorar de verdad. Nada de gotitas cristalinas y un levísimo rubor en el rostro, al mejor estilo película. No. Esto es llanto de verdad, con lagrimones gruesos y ojos hinchados y mocos.
¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad de un otro que me complete? Tenés que aparecer justo cuando creo y me creo la ficción de que soy una y completa, justo entonces llegás para mostrarme cuánto vacío, cuánta carencia, cuánta necesidad de vos. Pero no sos vos y lo sé. Mejor dicho, podrías ser vos o cualquiera. No soy más que una existencia parasitaria en permanente búsqueda de un vos, de un aquél, de un equis en el que pueda plasmarme y ser yo.
Y lo encuentro, cómo no, siempre lo encuentro. Siempre yo, siempre en otro. Siempre aferrarme con uñas y dientes, succionar hasta vaciar de sangre y de alma a una víctima sin rostro. Si supieran, pobrecitos, cuán poderosamente cruel y débil resulto. ¿Por qué se enamoran? No lo hagan. No. No de mí. ¿No se dan cuenta? Estoy vacía. Ustedes me dan vida, soy porque ustedes existen. Existen ustedes, no yo. No puedo ofrecerles nada, nada más que un abrir de ojos y poros para que vean, para que sientan, para que sepan con absoluta certeza que la sangre corre en su cuerpo, que no son de papel, y lleguen a intuir que quizá, que tal vez, el otro es quien mueve los hilos por detrás de toda la parafernalia anatómica.

No me quieran y no dejen de quererme. Después de ustedes, la nada. Detrás estoy yo, que es lo mismo que nada, porque no me encuentro, porque no soy sino a través de otro.
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No quiero callar


No quiero callar. No quiero doler. No quiero levantarme una mañana cualquiera, amanecer un día entre sombras de sol, sabiendo con absoluta certeza que ya no me encuentro, que no soy más que una proyección de imágenes guardadas en algún cajón olvidado. No quiero tampoco llorar. No quiero aunque las lágrimas no me dejen ver y me pregunte en qué momento salieron. Soy una puta sensible. Sensible, no llorona. Las gotitas de agua salada son sólo un anexo, una nota al pie, pura convención. Una síntesis bastante poco feliz de una existencia que duele, que más se parece al fuego que al agua. O al viento. Un viento helado y constante, una presencia permanente. Un sentir todos los días que camino sobre hojas secas con los ojos vendados, intuyendo que bajo mis pies se esconde algo parecido al suelo y que respiro algo que se parece al aire. ¡Basta! Quiero certezas, carajo. Más que certezas, quiero paz.


No respetarás, bajo circunstancia alguna, ninguna clase de dogmatismo. Repudiarás todo aquello que tenga apariencia de verdad establecida y mandarás a la mierda cualquier tipo de institución. Creo que se me fue la mano con eso. Creo que me pasé de a-dogmática y elegí aferrarme con uñas y dientes al único dogma que, por demasiado humano, me deshumaniza a cada instante. “Actitud crítica” le dicen. Yo prefiero llamarlo “máquina destructora de almas”. ¿Y qué queda después de eso? Nada. Peor que nada. Una piltrafa humana. Un ser reducido a cero, una manchita blanca en medio del universo.


Quiero vivir. Quiero soñar. Quiero sentir con todas las letras y todo el cuerpo. Sentir hasta que el corazón se desborde y no quepa en el mundo. Y que seamos tantos corazones expandidos que al mundo haya que inventarlo de nuevo. Quiero creer que la humanidad existe y que es más fuerte que la des-humanidad. Quiero amar sin peros, ni argumentos, ni convenciones. Quiero amar sin miedo. Quiero saber que no mentís cuando decís te quiero.
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