No puedo dejar de llorar. Llorar de verdad. Nada de gotitas cristalinas y un levísimo rubor en el rostro, al mejor estilo película. No. Esto es llanto de verdad, con lagrimones gruesos y ojos hinchados y mocos.
¿Por qué? ¿Por qué esa necesidad de un otro que me complete? Tenés que aparecer justo cuando creo y me creo la ficción de que soy una y completa, justo entonces llegás para mostrarme cuánto vacío, cuánta carencia, cuánta necesidad de vos. Pero no sos vos y lo sé. Mejor dicho, podrías ser vos o cualquiera. No soy más que una existencia parasitaria en permanente búsqueda de un vos, de un aquél, de un equis en el que pueda plasmarme y ser yo.
Y lo encuentro, cómo no, siempre lo encuentro. Siempre yo, siempre en otro. Siempre aferrarme con uñas y dientes, succionar hasta vaciar de sangre y de alma a una víctima sin rostro. Si supieran, pobrecitos, cuán poderosamente cruel y débil resulto. ¿Por qué se enamoran? No lo hagan. No. No de mí. ¿No se dan cuenta? Estoy vacía. Ustedes me dan vida, soy porque ustedes existen. Existen ustedes, no yo. No puedo ofrecerles nada, nada más que un abrir de ojos y poros para que vean, para que sientan, para que sepan con absoluta certeza que la sangre corre en su cuerpo, que no son de papel, y lleguen a intuir que quizá, que tal vez, el otro es quien mueve los hilos por detrás de toda la parafernalia anatómica.

No me quieran y no dejen de quererme. Después de ustedes, la nada. Detrás estoy yo, que es lo mismo que nada, porque no me encuentro, porque no soy sino a través de otro.
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