De por qué decido divorciarme de la literatura (homenaje al nombre del blog)

Cuando se agolpan las palabras en las manos, los dedos, las uñas, casi a punto de salir. Casi perfectas. Casi listas. Casi gritando un mundo para romperse al final, a último momento, estallar en un montón de cristales oscuros y desordenados, que se desparraman alrededor de la mesa haciendo ruido y polvo. ¿Y qué fue del mundo? Tan claro. Tan evidente. Tan todo relacionado entre sí mediante una lógica perfectamente identificable, transparente, siempre y cuando uno sepa exactamente cuál es la receta que se aplica a todas las cosas, infalible, universal, porque todo, absolutamente todo, funciona así. Siempre y cuando. Hasta las pasiones. Tan poco mundo. Entonces las palabras se vacían. O se llenan tanto que acaban por explotar, salpicando miles de gotitas informes que nada son, que no significan nada.
Es en ese punto cuando termino por decidir que quizás el mundo es precisamente eso. Una nube de caras y ruidos y cosas, que nos llama. Todo el tiempo. Nos llama. A ser mundo. A ser tierra y árbol y luz y música. Una pared que habla. Una fuente de agua. Una flor que crece tímida en la grieta de una baldosa.
Y dan ganas de gritar. Yo vi. Yo sentí. Yo fui, por un breve momento, algo más que mí misma. Me senté en la piedra y fui piedra. Y el río se estremeció exactamente igual que mi piel al roce de la brisa. Y la montaña me devolvió todas sus caras, miles de rostros con miles de expresiones distintas, arremolinándose en mi adentro y afuera. Y mi cuerpo borró todos sus límites: mis historias, colores, dibujos, aparecían en los árboles, en el río, en otra piel.
De tal modo que ya nunca más quise decir. Busco una palabra con cinco sentidos y más. Y no la encuentro. Y no está. Y no existe algo tal como la musa que hace tangibles las cosas verdaderas. Porque no soy capaz de plasmar más que los pormenores de sentimientos tan individuales –aunque tan de todos, a la vez- y tan socialmente construidos, según dicen, que terminan por ponerme los pelos de punta. Desencantada profundamente por los tan marcados límites de la palabra y por mis tan –y tantos- mediocres y frustrados intentos de llevarla hasta el punto donde casi se toca con lo real, decido divorciarme de las aspiraciones de creación literaria, hasta nuevo aviso.
Por los siglos de los siglos,
Amén (?)
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