No quiero callar


No quiero callar. No quiero doler. No quiero levantarme una mañana cualquiera, amanecer un día entre sombras de sol, sabiendo con absoluta certeza que ya no me encuentro, que no soy más que una proyección de imágenes guardadas en algún cajón olvidado. No quiero tampoco llorar. No quiero aunque las lágrimas no me dejen ver y me pregunte en qué momento salieron. Soy una puta sensible. Sensible, no llorona. Las gotitas de agua salada son sólo un anexo, una nota al pie, pura convención. Una síntesis bastante poco feliz de una existencia que duele, que más se parece al fuego que al agua. O al viento. Un viento helado y constante, una presencia permanente. Un sentir todos los días que camino sobre hojas secas con los ojos vendados, intuyendo que bajo mis pies se esconde algo parecido al suelo y que respiro algo que se parece al aire. ¡Basta! Quiero certezas, carajo. Más que certezas, quiero paz.


No respetarás, bajo circunstancia alguna, ninguna clase de dogmatismo. Repudiarás todo aquello que tenga apariencia de verdad establecida y mandarás a la mierda cualquier tipo de institución. Creo que se me fue la mano con eso. Creo que me pasé de a-dogmática y elegí aferrarme con uñas y dientes al único dogma que, por demasiado humano, me deshumaniza a cada instante. “Actitud crítica” le dicen. Yo prefiero llamarlo “máquina destructora de almas”. ¿Y qué queda después de eso? Nada. Peor que nada. Una piltrafa humana. Un ser reducido a cero, una manchita blanca en medio del universo.


Quiero vivir. Quiero soñar. Quiero sentir con todas las letras y todo el cuerpo. Sentir hasta que el corazón se desborde y no quepa en el mundo. Y que seamos tantos corazones expandidos que al mundo haya que inventarlo de nuevo. Quiero creer que la humanidad existe y que es más fuerte que la des-humanidad. Quiero amar sin peros, ni argumentos, ni convenciones. Quiero amar sin miedo. Quiero saber que no mentís cuando decís te quiero.
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La metamorfosis del vampiro

La mujer nos decía con su boca de fresa,
ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa,
los senos oprimidos a punto de estallar,
estas palabras que ella dejaba resbalar:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
“que en el fondo del lecho diluye la conciencia.
“Enjuga todo llanto la gloria de mis senos
“que hacen reír a los viejos igual que niños buenos.
“¡Y soy para quien sepa contemplarme sin velos
“la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos!
“Tan docta soy amando, queridos sabihondos,
“cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos,
“o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho,
“frágil y libertina a la vez, que en mi lecho,
“gustador del deleite que raya en frenesí,
“hasta los mismos ángeles se perdieron por mí.”

Cuando toda la medula succionó de mis huesos,
y sobre ella rendido quise darle mis besos,
advertí que en sus flancos –todo fue en un momento-
resbalaba un humor viscoso, purulento.
Cerré entonces los ojos de frío y de terror
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, y en lugar del maniquí gozado
que parecía haberse ya de sangre saciado,
temblaba un esqueleto, produciendo un crujido
como el de esa veleta que da un agrio chirrido,
o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno
tremolando en el viento de una noche de invierno.

Charles Baudelaire
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La desmemoria/1

Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.

Eduardo Galeano
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