Una flor amarilla


Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si la flor también me mirara, esos contactos, a veces… usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor.


JC
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Absoluto (en el principio era la Palabra).


Desde el momento en el que decidí que hoy no tenía ganas de hablar con nadie, las probabilidades de cruzarte por pura casualidad aumentaron estrepitosamente. Justo a vos, la única persona con la que palabra y silencio eran por igual. Eso sí, nada de medias tintas. Entre nosotros todo era doble o triple. Podíamos perdernos en nubes verborrágicas o en mutis cataclísmicos. Blancos o negros. Quizás por eso me gustabas. Reformulaste algo que acababas de decir porque, para variar, no te escuché. Te diste cuenta al toque de que hoy estaba en mutis. Pensaste que era por eso, aunque, en realidad, creo que no te hubiera escuchado de todos modos. Hay algo en tu forma de mover la boca y levantar las cejas cuando hablás de algo que te apasiona y después sonreír de un solo lado cuando te das cuenta de que no te escuché y volver a empezar, creyendo que se debe al mutis pero en realidad es porque no quise desviar ni un poquito la atención de la puesta en escena, inconciente e improvisada, de cada pedacito de vos.
Y cuando notás que ya vuelo en la decimocuarta estratósfera, entonces desistís. Agarrás mi mano y la mirás un largo rato, midiéndola con la tuya y entrelazándolas luego hasta que quedan convertidas en un enredo de pieles, en una única mano gigante. Dibujás el perfil de mi nariz y acariciás mi pelo y me decís que soy linda, aunque sabés que nunca lo voy a creer de verdad yo misma, por más que te creo y lo sé y sé que lo decís de verdad. Lo sé por lo que viene después, porque de pronto tu nariz juega con la mía y ya estás demasiado cerca y me siento más viva que nunca.
Es que nuestra relación consiste precisamente en eso, en este silencio voluntario; silencio hecho a veces de palabras, a veces de roces y caricias mudas. Porque tu palabra, tu sonrisa, tu boca sobre la mía, son una misma cosa; son vos y son yo y son el punto donde confluimos y nos encontramos. Porque este silencio es encontrarte por pura casualidad y tenerte cerca y que eso baste para decir que sí, que el universo se encuentra en el más perfecto y armonioso de los desórdenes y que cómo no lo vi antes. Por todas esas nimiedades tan absolutamente prescindibles creo que siento una necesidad imperiosa de vos y que empiezo a quererte. Y hoy, en este día de mutis, descubrí que no existe felicidad comparable ni cosa más linda en el mundo que contemplarte.
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Ficciones y sujetos. Si querías un folletín fatalista, entonces no leas esto.


Es insoportable admitirlo y también algo humillante. Es lo que pasa cuando uno cree encontrarse por encima de determinadas instituciones dirigidas “a las masas” y no se da cuenta de que, en realidad, todos somos “la masa”; pero bueno, no viene al caso. Hoy veía una película (sí, de esas llenas de sensacionalismo barato, morbo y música inquietante, excesiva e innecesariamente fuerte, en las partes de suspenso) con ciertos reparos y aires de erudita, y terminé con una conmoción cataclísmica. La película trataba, básicamente, la dicotomía religión-ciencia y planteaba que no debía considerárselas como instituciones opuestas, que se amenazan mutuamente, sino como complemento la una de la otra; un personaje dijo algo así como: “se puede explicar el proceso de formación de un rayo, pero no negar el impacto que produce al mirarlo” (palabras más, palabras menos, me parece que acabo de reinventarla, pero la idea era esa). Personalmente, creo que no se puede reducir el mundo a una mera dicotomía (mierda, ¿por qué esa maldita adoración por la dualidad?). Sería estúpido y retrógrada creer que la Humanidad se divide en científicos y religiosos (estamos grandes, che), dejando de lado otros aspectos que escapan a esta clasificación como, por ejemplo, la filosofía y el arte. Aún así, es interesante analizar el planteo de la película con respecto a la religión.
Creo que todos estamos familiarizados con el hecho de que la posmodernidad (en el espacio ficticio que llamamos Occidente) es una época caracterizada por la caída de los grandes relatos y en la que el desprestigio de las instituciones religiosas es cosa de todos los días. No pretendo ni por un momento ponerme en apocalíptica y decir que la sociedad es una mierda y ¡oh, qué bello era el pasado! y que nos estamos precipitando hacia un destino trágico, porque somos todos unos ineptos y que el capitalismo y que bla bla bla, porque no existe una actitud más fucking cómoda y más fucking conformista que esa. En gran parte estoy de acuerdo con ese rechazo a las convenciones. Hace poco me llevaron a misa después de mucho mucho tiempo, lo cual me produjo un impacto vomitivo y me pareció un repugnante circo de mascaritas que repiten cosas en las que no creen. Pero bueno, tampoco tengo intención de hablar de mi péndulo “catolicismo ferviente-agnosticismo”. De ningún modo intento reivindicar las tradiciones católicas (aunque tampoco defenestrarlas), sino pensar sobre la “actitud religiosa”, que, repito, no implica la sumisión a una serie de archiviejos convencionalismos preestablecidos. Me refiero a la capacidad de sorprenderse con el impacto del rayo; al sentir con intensidad y creer con convicción profunda algo que resulte inexplicable por la vía del argumento aristotélico, la lógica, la razón o la ciencia. Es curioso cómo, por ejemplo, escribir un texto en tercera persona le da objetividad al contenido. ¿Objetividad? ¡¿OBJETIVIDAD?! ¿Quién carajo te creés que sos? “Citando el renglón 24 de la página 1.463 del XXIII tomo de la Enciclopedia de Pelotudosky…” Bravo, che, te felicito. Cito a alguien que escribió antes ERGO, soy objetivo. Ahora bien, ¿qué te hace pensar que Pelotudosky fue objetivo en sus escritos? Pero la pregunta central es: ¿por qué esa veneración cuasi religiosa de la objetividad? ¿Por qué ese afán de argumentar y de verificar todo empíricamente?
He aquí, entonces, a lo que quería llegar: no es necesario aclarar por dónde me pasa el hecho de que caiga una institución; las instituciones y los sistemas van y vienen, suben y bajan, son famosos y dejan de serlo. Pero me resulta aterradora la idea de un mundo aristotélico. Ejemplo: me gusta el color verde. Silogismo categórico de forma típica: Me gusta el árbol de mi casa. El árbol de mi casa es verde. Ergo, me gusta el verde. Fantástico, pero resulta que a mi hermano también le gusta el árbol de mi casa y, sin embargo, detesta el color verde. ¡Merde, afuera modelito lógico! Entonces, ¿por qué me gusta el verde? Y bueno, me gusta el verde porque… bueno, me gusta porque… bueno, ¡me gusta! Sé que es un ejemplo en extremo ridículo y exagerado. No creo que nadie quiera perder su tiempo en verificar empíricamente por qué me gusta el color verde (aunque, ahora que lo pienso, en realidad no me gusta tanto el color verde, pero, para variar, tampoco viene al caso). Me interesa ver cómo la aplicación de ciertas formulitas puede hacer objetivo hasta la más subjetiva de las ideas. No me importa la caída de las religiones, sino el porqué de este fenómeno. Y resulta que la religión ha caído porque está muy lejos de poder ser explicada por la vía racional. Si a Dios no lo puedo aislar para someterlo a experimentación en un laboratorio ni, al menos, explicarlo mediante argumentos verificables, entonces no existe y no es válido creer lo contrario, por más que uno pueda estar fervientemente convencido, desde lo más profundo de su ser, de su existencia.
Para ir cerrando, sólo intento cuestionar la irreflexiva idolatría que profesamos hacia eso que suele llamarse “objetividad”. Creo que debemos reivindicar la subjetividad como rasgo esencial de nuestro carácter de sujetos (a menos que alguien se considere un objeto, eso ya es un tema personal de cada uno con el cual no pienso meterme); en la filosofía, la religión, el arte, en las percepciones e ideas “subjetivas”, podemos llegar a encontrar verdades mucho más firmes y certeras que las que puede proporcionar la ciencia (como estar absolutísimamente segura de que me gusta el color verde y de que Dios existe). Y, precisamente, lo que hace falta en esta sociedad occidental posmoderna, son certezas; algo de que agarrarse para sentir que vamos hacia algún lado, que no todo es un anuncio violeta del trágico destino de la Humanidad, que el mundo y la vida no son totalmente absurdos. Y no me refiero a un fáustico reconocerse preso de las limitaciones propias de la especie, incapaces de abarcar el Todo (pesimismo puro y, de nuevo, la actitud apocalíptica y conformista). Me refiero a un revalorizarnos como sujetos, valga la redundancia, sujetados a nuestras propias ficciones, a nuestra propia subjetividad, que nos permite sentir el mundo, vivirlo, moldearlo, dialogarlo, hacerlo crecer, y no reducirlo a un inteligible y cómodo modelito de laboratorio.
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS
Copyright 2009 Perras negras
Free WordPress Themes designed by EZwpthemes
Converted by Theme Craft
Powered by Blogger Templates