No me mires, nena. No me sueñes. No ves que tu imagen se queda. Yo, por el contrario, me iré rápido. Tu corazón está hecho para olvidar. Vas a sufrir, lo sé, sí que lo sé. Llorarás cada noche, puntual, los resabios de felicidad fingida durante el día. La ausencia de cuerpo en tu cama. Las ruinas de lo que nunca será. Palabras y besos condenados a la eternidad. La voz de la piel perdida en la nada.


Pero el tiempo pasa, nena, más para vos. No te darás cuenta y mi imagen cambiará de rostro. No seré más que una fórmula, un lugar. Reemplazable. No necesitás a nadie. Sos sólo vos y tus ficciones, destinadas al acompañante de turno que te lleve a intuir lo infinito.

En cambio yo. Ay, pequeña, sabés que no puedo amar como vos. Tu súplica constante, tu eterna carencia no hace sino desgastar todo aquello que jamás podré ofrecerte. Y me duele, no te imaginás. Sos tan ingenua. Si supieras. No tenés nada que buscar, dejá de mortificarte. En cambio yo.

No derramaré ni media lágrima. Hasta, quizás, en algún punto, estoy contento. Pero a diferencia tuya, nena, lo mío es irreversible. Detesto la formalidad y ando tan perdido en el mundo, que a veces me divierte cómo en vano te preocupás por mí. Pero tu imagen, nena. Tu imagen tiene rostro y tiene nombre y se llama vos. Porque no busco el amor, lo encuentro. Y no digo esa cosa ilusoria y apasionada que mueve tu existencia; digo amor. Por eso lo tuyo es efímero. Sobrevivirás. No tendrás que cargar con tu fantasma, durante el resto de los días, gritando reproches mudos por los ojos y encerrando en sus manitos de luna algo parecido a la felicidad. Siempre cerca para recordar lo inalcanzable, pero nunca lo suficiente como para lastimar demasiado.

Así que no te preocupes, nena. Pronto dejarás de llorar.
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